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Entre la costumbre y la transformación


Saltar al vacío es un acto de valientes, de rebeldes, de lxs que están fuera de sistema, de mal aprendidxs.

¿Cómo vas a dejar ese trabajo que cualquiera quisiera tener? ¿O ese vínculo, o esa casa, o ese proyecto? ¿Por qué ahora sos así y ya no sos asá? ¿Por qué ahora estás tomando estas decisiones que antes no? ¿Cómo vas a abandonar, a soltar, a dejar atrás eso?


Cuando decidí renunciar a mi puesto de trabajadora social, en planta permanente, en la Defensoría de la Ciudad de Buenos Aires, todos los juicios y prejuicios se instalaron en mi espalda. Cobraba mucho dinero, tenía un mes y medio de vacaciones, trabajaba media jornada y con horarios bastante flexibles, ejercía mi amada profesión y, si hubiera querido, podría haber trabajado ahí toda mi vida hasta jubilarme. Pero, justamente por esto último, ese trabajo no era para mi.

Y lo fui sintiendo en el cuerpo. Cada vez me pesaba más ir a la oficina, cada vez me pesaba más tomarme el subte, caminar por calle Florida, ver SIEMPRE LAS MISMAS CARAS, los mismos negocios, escuchar cambio-cambio

No solo ya me había agotado ese trabajo y todo lo que implicaba, me había agotado la ciudad. Me venía agotando la ciudad hace tiempo y mi cuerpo ya lo sentía.


Cuando finalmente tomé la decisión de renunciar para volverme a vivir a Gualeguaychú, todo se tornó aún más gris, más duro, más pesado, cada vez más complejo. Sabía que esa vida que conocía y había construido por seis largos años, llegaba a su fin. Estaba viendo el final de ese camino y me ATERRABA no saber qué vendría después.

Las últimas semanas de trabajo fueron tortuosas. Recuerdo, como las últimas semanas de facultad. ¿Quién no me ha dicho en ese tiempo “el último tirón es el más difícil”? Y cuántas veces yo se lo dije a otrxs.


Lo repetí hoy, cuando mi compa se fue a su trabajo que sostiene hace más de tres años y que está llegando a su fin. Cuando se acercó a la cama a despedirse para emprender la caminata hacia el taller le dije “El último tirón es el más difícil”, sabiendo que cada vez le cuesta más ir a un lugar que ya no siente propio.


Pero, ¿por qué será? ¿por qué el último tramo de algo que muere es lo que más nos cuesta?

Porque nos adoctrinaron en la costumbre, en el ser para toda la vida.

Nuestrxs xadres y más nuestrxs abuelxs vienen de épocas donde el trabajo, la casa y la familia (tres pilares fundantes de la identidad) eran PARA TODA LA VIDA. No había discusión en eso. No había repregunta. Era y punto.


Pero estamos en tiempos de movimiento, de cambio, de revisión, de transformación constante. Somos una generación que se permite dudar, se permite transicionar, morir y volver a nacer con otro nombre, otro rostro, en otro lugar, incluso en otros cuerpos.


Pero igual, nos sigue doliendo.


Nos duele dejar eso que sabemos que está muriendo. Somos conscientes, ya está, no da para más, está deshaciéndose.

Una terapeuta hace poco me dijo algo así: “tu antigua vos es como una telita que se va desgarrando, intentás enmendarla pero ya no hay manera, se deshilacha”.

Amigx, dejá que se deshilache aunque te cagues de miedo.


Un vínculo, un rol, un lugar, un trabajo, un proyecto, VOS MISMX. Todo tu ser puede estar muriendo y, aunque lo sepas, te seguís aferrando porque NO CONOCÉS OTRA MANERA y te aterra no saber qué hay del otro lado del árbol que tapa el sendero.

Te lo digo. 


Del otro lado hay un camino lleno de nuevos árboles.

Y los empezás a ver cada vez más cerca, cada vez más pronto.


Cruzás el primero con todo el dolor que implica deshacerte del sendero de la costumbre. Hacés unos pasos y antes siquiera de reacomodarte en el nuevo paisaje, volvés a ver un árbol, esta vez más grande, que vuelve a tapar todo. Tomás fuerza, ya lo hiciste una vez así que vas a poder, y lo cruzás. Decís, ok, ahora sí, es por acá

Unos metros más y aparece otro árbol que vuelve a bloquear la visión. Esta vez estás más experimentadx y con algunas herramientas que te ayudan a cruzarlo. ¡Vamos de nuevo! Lo cruzás y entonces esta vez sí, te convencés que ese es el camino. 

Hasta que después de un rato ves otro. Y otro. Y otro. 

Y cuando te acostumbraste a que detrás de cada árbol, a los metros viene otro, te cambian el árbol por rocas, o cataratas, o ríos, o flores.


No importa qué, pero empezás a encontrarte cada vez más seguido con los abismos, con los vacíos, con la puta incertidumbre que nos desmorona para que volvamos a reconstruirnos.


¿Como es la frase de Benedetti?

Cuando teníamos todas las respuestas nos cambiaron todas las preguntas, o algo así, no?

Bueno, lo mismo.


El primer paso es dejar ese sendero de la costumbre que ya no tiene que ver con vos. 

Insisto, el sendero puede tratarse de un trabajo, un vínculo, un rol, una conducta, un proyecto. Cuando finalmente empezás a sentir que muta, que muere y cruzás el primer árbol. Listx, estás al horno.

¿Sabés por qué?


Porque entonces el Universo ENTIENDE que estás preparadx para seguir cruzando árboles y más árboles, y después ríos y océanos. Y no significa que se ponga cada vez más difícil (o sí). Sino, cada vez más evolutivo.


Es como el Mario Bross: cada instancia de juego se vuelve más compleja hasta llegar a luchar con el dragón (esto lo dejamos para otro artículo). Son los aprendizajes que vas transitando, es el camino del héroe. Es saltar al vacío una y otra y otra vez, no por martirio, no por autocastigo. Sino porque sabemos, que luego del vacío (luego de ese árbol que nos tapa la visión) viene el despegue, la expansión, el crecimiento.

Hasta el próximo árbol. 


Porque nos adoctrinaron en la costumbre, pero nosotrxs nos revelamos y vivimos en constante transformación.



Natalia Massaferro


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