Ir al contenido principal

Demandamos lo que nos faltó


la construcción sistémica de nuestras heridas


Ayer, hablando con unas amigas, algunas expresaron la incomodidad que sienten cuando a sus parejas (hombres) les sucede algo y no lo expresan con palabras y quedan por horas, o días, en estados de negatividad, represión, angustia, enojo sin hablar. Y, quien acompaña, tiene que hacer malabares anímicos para sostener esa situación. Y eso agota, angustia y se vuelve sumamente incómodo para ambas partes.


Me gustaría aportar un análisis socio-espiritual sobre esta situación para, quizá, ofrecer algo de claridad en un escenario tan sutil pero complejo.

Por un lado, en nuestros vínculos más íntimos siempre demandamos aquello que nos faltó en la infancia. Y, por el otro, buscamos todo el tiempo compensar esas faltas con nuestras propias conductas. Y todo esto es causa de un entramado social y sistémico. Veamos esto por partes.


Si tu pareja, ante una situación determinada que le genera malestar, frustración o enojo, decide no comunicarse desde el lenguaje oral (porque en el silencio SÍ hay una comunicación explícita), lo más probable es que durante su infancia haya recibido demasiado discurso hablado. Quizá su madre/padre/cuidador fue muy charlatán, muy sobreprotectorx, muy de la palabra constante, muy insistente, quejoso, gracioso por demás. Esas personas que no practican tanto el silencio y pareciera que siempre tienen que decir algo, opinar de algo, reprochar algo (propio de su sistema de heridas personales).

Cuando algo fue demasiado en nuestra infancia (demasiado cuidado, demasiada falta, demasiado contacto, demasiado silencio) nos provoca, en su repetición a largo plazo, una energía traumática que prevalece en nuestro sistema nervioso y se transforma en mecanismos de defensa que adoptamos como patrón de comportamiento: rechazo, bronca, huída, bloqueo, parálisis, lucha. 

Cuando algo de similares características nos vuelve a resultar “demasiado” en nuestro presente se reabre esa herida y nos genera profunda incomodidad y malestar.


Bien, entonces hoy, el adultx que busca silenciarse ante hechos de frustración, enojo o emociones fuertes que, quizá, no puede o no sabe gestionar, está compensando esa necesidad de quietud en la palabra que no tuvo en su infancia, está dándose permiso para estar calladx, está encontrando y practicando una manera de transitar las emociones diferente a lo que tuvo que hacer durante su niñez. Por eso, y a pesar de que esto también le genere profundas incomodidades, hace silencio.

Si nosotrxs, como pareja de esa persona, buscamos insistentemente que nos hable, que nos diga, que nos explique, nos ponemos en ese lugar de madre/padre/cuidadorx que el otrx ya no tolera. Y se genera una profundización del trauma imposible de reparar.

A la demanda de silencio, entonces, silencio.


Y si a mí me incomoda, veamos porqué.


Por otro lado, entonces, la persona que busca que el otrx hable de manera constante, que se exprese, que diga, que explique y que toma como victoria cuando manifiesta alguna emoción, es porque, probablemente, durante su niñez no tuvo la suficiente palabra, porque algunx de sus madre/padre/cuidadorxs estuvo ausente. Ausente no a nivel presencia física (o sí), pero, muchas veces, lo más doloroso es la ausencia emocional: cuando el otrx está ahí pero no expresa, no abraza, no contiene, no nos mira, no se preocupa, no pregunta, no dialoga, no registra.

Entonces, eso que nos faltó, lo vamos buscando en lxs otrxs por la vida y nos ponemos en lugar de demandar la palabra como acto de amor.

Y cuando estamos ante esa necesidad de palabra y el otrx no accede, se pone en el lugar de nuestrx madre/padre/cuidadorx que tanto nos daña.

A la demanda de palabra, entonces, palabra.


Ahora bien, claro que hay tiempo para cada cosa y esto no es una guerra de traumas para ver quien gana, quien tiene razón o quien pide primero. Es necesario saber mirar al otrx, comprender el contexto, la situación, los tiempos y el impacto de eso en cada unx. Registrar quién está necesitando más eso que le faltó. A quién le afectó primero lo que está sucediendo, quién actuó primero desde la herida: el que se llamó al silencio o la que necesitó hablar sobre lo que pasaba. 


Habrás notado que en esta última frase hice referencia al género de una manera explícita. Probablemente, si sos mujer te identificás más con quien necesita hablar, y si sos varón te identificás más con quien hace silencio.

Porque claro, las heridas son sistémicas y están construidas en base a un conjunto de normas, patrones, mandatos y creencias preestablecidas y continuamente repetidas generaciones tras generaciones.

A las mujeres nos educaron en la emocionalidad y a los hombres en la fortaleza. Con todas las comillas que estos conceptos implican. Entonces, es más probable que el hombre no exprese sus emociones o presente grandes dificultades para eso y, por el contrario, se manifieste con actitudes agresivas, violentas, enérgicas, vehementes; porque eso fue lo que le enseñaron, porque eso adquirió en su familia, en la escuela, en la publicidad, en la calle, en las instituciones, en el trabajo, en sus grupos de amigos. El varón, en términos generales, tiene más probabilidades de expresarse con rabia que con ternura. Le cuesta la palabra desde la profundidad del sentimiento genuino y tiene más a mano la ira habilitada como herramienta de comunicación. Ante cualquier cosa, primero, se enojan; luego, quizá, hablan.


Ahora bien, a las mujeres nos han adoctrinado en el mundo de las emociones frágiles, de la vulnerabilidad, del llanto libre, de la palabra sentimental, de escribirnos cartitas y decirnos unas a otras cuánto nos amamos. Y así andamos por la vida, expresando sobremanera lo que nos pasa, lo que sentimos, mandando audios de 10min, escribiendo sin parar en chats de 30 pibas hasta las 2 de la mañana. Hablando, hablando, hablando; poniendo todo en palabra, poniendo todo en explicación. Y, muchas veces, nos cuesta practicar el silencio consciente. Ante cualquier situación compleja, apelamos al drama, al llanto y al monólogo.


Cuando hablo de silencio no hablo de la represión sobre nuestras voces o sobre la lucha legítima por nuestros derechos, no hablo de acallar el reclamo sobre la igualdad, las manifestaciones en la calle o las denuncias sobre los abusos de nuestros cuerpos. Porque claro, en ese sentido sí hemos sido criadas en el silencio. Cuanto más calladita, más buena señorita. Las nenas solo hablan de sus emociones y de maquillaje.

Entonces, no es ese el silencio del que hablo. Sino de saber bajar a tiempo el nivel de la palabra cuando el otrx (mi vínculo íntimo) no está dispuestx. Practicar el silencio en compañía no significa dejar de decir lo que nos incomoda o nos parece injusto. No, eso jamás, a eso nunca silencio. Sino, por el contrario, es disminuir la intensidad de un discurso impulsivo que pretende siempre poner en palabras lo que le pasa al otrx, que pretende sacarle de adentro lo que no está sabiendo decir, que pretende interpretar donde aún no hay significado construido. Ahí, silencio. Ahí respeto por esa necesidad compensatoria del dolor.


Sí, estoy hablando de parejas heteronormativas; pero probablemente los prototipos que describo se puedan aplicar a las diversidades de vínculos que transitamos. Incluso, esta misma relación de demanda puede darse entre amigxs, familiares, compañerxs de trabajo. 


Nos vinculamos desde la herida y está bien. Nos representa, la llevamos puesta y es muy complejo salir de ella. Nuestra herida primaria son los lentes con los que miramos el mundo. Y nadie está mal por eso, nadie está errado ni le falta nada, ni está roto, ni necesita arreglarse.

Pero sí, es importante, que comencemos a comprender estos mecanismos para dejar de mutilarnos mutuamente, para dejar de exigirnos algo que el otrx no está pudiendo dar, para dejar de reclamarnos lo que nos hubiera gustado reclamar en nuestra infancia, para dejar de meter el dedo en el dolor cuando el otrx ni siquiera sabe qué hacer con eso que duele.


Acompañarnos desde la herida es sumamente complejo y nadie tiene una receta mágica para sobrellevarlo. Pero pueden haber algunas prácticas que ayuden, alivien y traigan un poco de calma: hacer terapia, tener espacios privados, hacer cosas que nos hagan bien de manera individual, fortalecer redes de amigxs, tener un otrx con quien hablar mucho o con quien estar en silencio sin que eso sea una incomodidad para nadie, tener espacios de descarga de energía, practicar actividades creativas o artísticas, meditar, escribir, contemplar en quietud.


Nos deseo profundamente que, cada día un poquito más, podamos entendernos desde la compasión y la unidad. Saber que nos entrelaza un dolor que nos resulta inmanejable, saber que nos entrelaza incluso un amor que no sabemos cómo maniobrar, saber que nos entrelaza una historia vincular que se remonta hasta nuestros más antiguos ancestros y desde allá provienen esas heridas que hoy todavía llevamos encima.

Mirarnos con más ternura, más respeto y más paciencia. Primero, a nosotrxs mismxs y, luego también, a ese otrx que elegimos para compartir la vida.


Y si todo esto no funciona, si todo esto sigue doliendo, si no hay manera de congeniar y si el dolor se agudiza, habrá que comprender que es momento de continuar por caminos separados. Porque nadie viene al mundo a salvar a nadie y menos que menos a nuestras parejas. Nadie viene a cambiar a otrx, ni “mejorarlo”, ni amoldarlo a mi modo de ser o a eso que yo creo que él debería ser.

Si el vínculo, por más intentos de construcción que hayamos hecho, sigue profundizando nuestras heridas, sigue abriendo la cicatriz y lejos de reparar y acompañar a sanar, agudiza el dolor, entonces es hora de soltarse.


 Natalia Massaferro


Comentarios

  1. Me encantó nati, me apasiona leer esto. Me sentí identificado con esto del silencio en la pareja. Yo después me muchos años de búsqueda interior, me encontré que sufro de TCA (trastorno de la conducta alimentaria), me di cuenta que todo lo que no expreso me lo como. La comida se convirtió en mi refugio. Hoy aprendo día a día a expresarme y a pedir ayuda. Gracias! Juan

    ResponderBorrar
  2. Gracias Naty por poner palabras algo que intuía, atravesando en estos días algo así. Intentando no ocupar el lugar de querer conversar para ser "la solucionadora" de las incomodidades que vivimos con el compañero.

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

¿Qué es la espiritualidad social?

Desde una perspectiva compleja de la realidad, debemos desarmar los conceptos para comprender su transversalidad en nuestro cotidiano. Las palabras construyen mucho más sentido que su propia definición y, a la vez, permiten jugar con combinaciones quizá impensadas para abrir nuevos paradigmas. Es tal el caso de la espiritualidad social , un modelo de abordaje aún poco desarrollado y que ya es sostén de múltiples prácticas académicas, técnicas, profesionales y de oficio a la hora de elaborar acciones colectivas.  Pero comencemos primero definiendo los conceptos individuales que componen el título de esta idea. Hablar de espiritualidad en estas épocas es prácticamente moneda corriente, ya todxs conocemos de qué trata o, al menos, hemos escuchado gente cercana que la practica o se dedica a ciertas técnicas o ramas. La espiritualidad es el desarrollo de la consciencia, es el reencuentro con nuestra condición álmica, es recordar nuestra esencia como energía y en unidad con el todo....

Transitar el Caos desde lo Posible

Las crisis, la angustia, el malestar, la desesperanza y la incertidumbre son generalizadas. A eso se le suma el agotamiento, el hartazgo, la bronca y la resignación. El cálculo no da otra cosa que una constante sensación de vértigo y niveles de violencia desmedidas. Todxs estamos muy susceptibles y más vulnerables que de costumbre. Las noticias nos atraviesan el cuerpo y nos dejan sin dormir. Pensamos en nuestrxs niñxs, nuestrxs abuelxs, en las personas con capacidad de gestar, en quienes presentan alguna discapacidad, en lxs artistas, las cooperativas, las pymes, lxs emprendedorxs. No nos dan los números para medir el daño , y eso duele. A todo ese dolor social que se nos acumula en la espalda, le agregamos nuestras propias crisis existenciales , la falta de deseo o de trabajo o de crecimiento, los conflictos vinculares o familiares. La pérdida de sentido, la insatisfacción profesional, los desequilibrios emocionales. Difícil que alguien pueda zafar de toda esa conjunción de malesta...

Nadie pierde su valor por reconocer el valor ajeno.

Hay personas que no tienen la capacidad de brindarle a otrx el reconocimiento que merece. No tiene que ver con una cuestión de maldad o egoísmo, sino más bien con no poder dar cuenta de lo que se les ofrece como algo valioso. Básicamente, no saben recibir y dejarse atravesar, no saben transformarse a partir de lxs demás y reconocerlo de esa manera. Una vez, una persona que desarrollaba un proyecto hermoso, estaba atravesando una pequeña dificultad que no estaba pudiendo resolver. Yo le sugerí una idea, nada maravillosa ni novedosa, pero fue algo que a ella no se le había ocurrido y con lo que logró destrabar la cuestión. Lo que me impactó fue que, luego, al contarlo a su gente, dijo que pudo resolver el tema porque se "le ocurrió" hacer eso que yo le había sugerido. Y no, no esperaba que me nombre ni que me agradezca públicamente, ni nada de eso. De hecho, no esperaba nada, porque lo que le compartí fue orgánico, natural, sincero, desinteresado. Pero sí me sorprendió que, ...