Cuando hablamos de trauma colectivo nos referimos a un hecho lo suficientemente impactante y doloroso que irrumpe el curso de la historia de una nación, un pueblo o comunidad. Representa una herida emocional que se acumula a lo largo de la vida a través de generaciones, provoca fragmentaciones en el lazo social y daña, a su modo, la capacidad de vincularnos con otrxs.
Un trauma es un cúmulo de energía viva, una herida abierta, un dolor no resuelto. No es la historia de lo que sucedió, es lo que aún nos habita en presente, es el residuo energético de aquella situación que todavía permanece en los cuerpos individuales y colectivos.
La guerra de Malvinas constituye en el pueblo argentino una herida común, en tanto fue una experiencia traumática grupal marcada por el hambre, el maltrato físico y psíquico, la muerte y la invisibilización, entre otros tantos daños emocionales. Es un trauma colectivo porque todxs lxs argentinxs sentimos esa herida como propia; porque enviaron a nuestrxs pibxs a territorio de combate sin protección ni cuidado y, cuando el pueblo quiso cuidarlxs, se les negaban esos recursos. Es una herida colectiva porque nos pisotearon la tierra y porque se la quedaron, porque quienes debían protegernos no lo hicieron, porque perdimos la guerra y a muchísimos hombres inocentes. Y tan fuerte fue aquel dolor que, incluso muchos de los que pudieron volver a casa, más tarde o más temprano, decidieron quitarse la vida.
No se anda tan libre con un trauma en el cuerpo. No se transitan los años tan livianos. Siempre hay algo que pesa adentro y que puede costar la vida si en el camino no hay reparación.
Quienes sobreviven a los traumas, quienes aún los sostienen en el cuerpo, quienes todavía duelen sus heridas abiertas, nos exigen acción y compromiso, nos exigen verdad, memoria y justicia, nos exigen sanación y posicionamiento activo. Estar del lado de lxs que sufren, implica arremangarse y encontrar las estrategias adecuadas para acompañar y aliviar ese dolor entre todxs.
Por el contrario, quienes se ubican del lado de lxs opresorxs, ellxs solo pretenden tu silencio, tu olvido, tu “discreción”, tu “no te metas”. Estar del lado de aquellos que perpetraron el trauma, es mirar hacia otro lado, es hacer oídos sordos al dolor humano, es ocuparse únicamente de tu individualidad, es no involucrarse en una necesaria y urgente sanación colectiva.
Ahora, ¿cómo acompañar ese proceso de reparación del daño social? ¿cómo identificar cuando existe un trauma vivo a nivel colectivo? ¿dónde están las pautas de alarma?
Hay un conjunto de síntomas que pueden guiarnos hacia el dolor para poder prestar atención y desarrollar estrategias apropiadas de acompañamiento. Cada situación traumática programa un conjunto de síntomas en nuestro cuerpo, según lo que haya acontecido, según las reacciones de nuestro sistema nervioso y nuestras conductas adaptativas.
Los síntomas colectivos de la Guerra de Malvinas se identifican tanto en las personas que participaron del conflicto, en aquellas quienes acompañaron de cerca y, también, a lo largo de las generaciones subsiguientes. Cuando un trauma es histórico no queda congelado en el cuerpo de una única persona o de la cantidad exacta de personas que participaron del hecho. Sino, que como seres sociales y vinculares que somos, ese dolor se expande como ondas sonoras a toda la comunidad, al grupo familiar, a lxs hijxs y lxs nietxs.
Los síntomas del trauma Malvinas pueden referirse a:
La Anestesia Colectiva, una disociación generalizada que nos lleva a olvidarnos, “fingir demencia”, no involucrarnos en actos de dolor; consumir drogas, juegos, redes; corrernos un poco del sentimiento del cuerpo para no conectar con eso que no puedo tolerar de forma individual;
Preocupación extrema por la seguridad. Necesitamos tener todo bajo control, nos da temor la incertidumbre, la falta de recursos, la invasión a la propiedad privada y cualquier suceso que pueda llegar a amenazar nuestra integridad.
Temor al otrx, al extraño, al extranjero, al que se mete sin permiso, al desconocido. Lo culpamos, lo hostigamos, lo criminalizamos, lo queremos lejos.
Conductas reactivas de Hipervigilancia, estamos en alerta constante, con signos de que siempre algo puede suceder, protegiendo nuestras cosas, nuestros cuerpos, nuestra familia, nuestros hogares; defendiendo, atacando, en lucha.
Represión, violencia y castigo. Conductas desmedidas para descargar la ira y el dolor, conductas no controladas al vincularse con otrxs cuando algo no es como yo deseo ni tiene los resultados esperados.
Estas, y otras tantas, manifestaciones del síntoma se expresan en todo el campo social. No son únicamente propias de los ex-combatientes, sino que, a lo largo de la historia, todxs hemos mamado estos temores y estas conductas de sobreadaptación. Y claro, los traumas se superponen, y por ese entonces también veníamos saliendo de un proceso de dictadura cívico-militar que produjo niveles de dolor inmensos y tuvo efectos muy similares en la manifestación sintomática colectiva.
Ante este conjunto de síntomas, ante estas manifestaciones de una herida social aún abierta, las estrategias de reparación y de sanación pueden acompañarnos a todxs a transitar el alivio y la calma de ese dolor. Pero, si tuviéramos que hablar de una “solución” a ese trauma, particularmente en el hecho de Malvinas, el acto de mayor reparación social sería la recuperación del territorio. Un suceso de alto valor y de una implicancia significativa a nivel nacional que haga sentir que tanto dolor “valió la pena”. En caso de la dictadura, por ejemplo, el mayor acto de reparación sería saber dónde están los 30.000, recuperar todxs lxs nietxs apropiadxs y que haya justicia y castigo a todxs los genocidas.
Generalmente, en términos individuales, un trauma no puede “solucionarse”. Lo que sucedió, sucedió; no puede modificarse la historia, no pueden cambiarse los hechos. Pero lo que sí podemos hacer es construir alternativas de convivencia con ese dolor, para que no pese, para que no obture el camino, para poder continuar la vida en paz.
En este caso, haciendo referencia al trauma colectivo y los síntomas que aún perduran tras la guerra de Malvinas, cualquier de las siguientes estrategias buscan acompañarnos mutuamente a transitar con calma y alivio esa herida que siempre continuará abierta:
Contar la historia una y mil veces. No solo acudir al 2 de abril para recordar los hechos; poder hablar de Malvinas y de lo que aún nos duele a todxs en cualquier fecha del calendario.
Recordar, sostener la memoria, que nadie olvide lo que pasó en esas islas, que nadie olvide a los caídos y los héroes, que nadie olvide a todas las mujeres que participaron activamente en el territorio de guerra. Que nadie olvide a los opresores, los torturadores y los que aún defienden las decisiones que llevaron a la muerte a cientos de soldados jóvenes argentinos.
Reivindicar con políticas públicas a los ex-combatientes. Reconocerlos públicamente, uno por uno; brindarles el apoyo económico desde el Estado para que puedan vivir en tranquilidad, ellos y sus familias.
Construir espacios de encuentro con otrxs. A nivel colectivo, a nivel general, juntarnos, mirarnos a los ojos, volver a confiar, estar en presencia mutua, habilitarnos la escucha activa y empática.
Realizar actividades de descarga física y creativa. Deportes, juegos, arte. Conectar con aquello que moviliza el cuerpo y el alma, como práctica de reparación generalizada, como conductas que debemos comenzar a realizar con mayor frecuencia y que se vuelvan costumbre. Tener espacios de canalización del dolor, preferentemente en grupalidad.
Compartir momentos de alegría. Juntarnos con otrxs, ir a fiestas, eventos, organizar cumpleaños, construir espacios de felicidad conjunta, tener excusas para brindar y celebrar la vida.
“La Malvinas son argentinas”, no solo es una frase de cabecera que quedó como bandera en defensa del territorio, sino que es una herramienta discursiva de reparación del daño social, es un instrumento narrativo de memoria colectiva. Decirlo, sentirlo, tenerlo tatuado en la piel, militarlo, compartirlo, soñarlo, habla de que aún estamos ahí, quienes fueron y quienes nacimos años o décadas después. Aún dolemos por Malvinas, y el principal ejercicio de reparación es sostenernos desde la presencia, la palabra y la memoria; que aparezcan los nombres de los pibes y las pibas en los cantos del mundial, en los afiches de las escuelas, en las remeras de lxs niñxs, en los relatos del abuelo. Que persista, que nadie lo borre, que nadie nos quite la herida, porque no nos importa tanto cuánto duele, sino qué podemos hacer juntxs para transitar el alivio y el recuerdo.
En el siguiente enlace podés escuchar el fragmento del programa:
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